domingo, 6 de septiembre de 2009

La Maja y Madrid


Comienzo a dibujarla en mi mente. Se llama la Maja, diminutivo de Maruja, pero nadie le dice así porque prefieren la Maja, y lo prefiero yo, porque es parecido a la Maga, y la Maga es Cortázar, y yo quiero ser como él. Es española, de algún pueblo de Castilla La mancha. Una de sus descendientes ficticias, porque al fin y al cabo ella también lo es, es Dulcinea del Toboso y uno de los míos no fue el Quijote, eso lo sé.
La conocí, o la conoceré – da igual – en un intercambio a Madrid el día en el que por fin deje Lima y su insoportable cucufatería dominguera. Creo que allá – en el mundo – todos son mas escandalosamente libertinos que acá, sé que no es cierto, pero es mi imaginación y para mí lo es.
Ella es etérea y llena de gracia. No, eso me suena a una oración harto conocida de una religión harto repudiada. Es etérea y libre, de cabello liso y ni muy largo ni muy corto. Viste cómoda entre el look folk fashion y un glam ochentero perdido en la memoria colectiva de la avenida Larco. El día que la conozco llevo vestidos unos jeans viejos y cómodos de tela cruda (Creo que así se llama la tela de los jeans que me gustan, me lo dijo una vez mi hermana en Saga), un polo blanco y una chompa negra. Hace tanto frio que tirito y abrazo la bufanda a mi cuello de mil maneras distintas. Me duelen las manos.
Mi viejo me llama a cenar pero si lo hago olvidare a la Maja y ella es lo último que me queda. Decido no comer por hoy a pesar de los reproches de autismo de toda la familia y no los culpo. ¿En que estaba?, en la Maja.
Entro al salón el primer día de clases de mi intercambio de un año y curiosamente no la veo, no al inicio. Veo a dos valencianos que reconozco por el acento (creo que cuando llegue reconoceré a las personas por el mismo), a algunas chicas bullangueras que me miran con desdén, no saben que ni siquiera recuerdo sus caras, solo son parte de un paisaje pictórico en el que solo importa la Maja. Todo es como un cuadro de Renoir, busco a la chica que estando dentro de el, en realidad no lo está. Pienso, esto suena cursi, y Vargas Llosa lo criticara de manera implacable si algún día lo lee. ¡Al diablo Vargas Llosa, al diablo los críticos!
La Maja piensa como yo. Estudia artes escénicas y eso la hace aun más inalcanzable. Grita, llora, ríe, canta y grita otra vez con más potencia e intensidad que los demás. Creo que nunca seré como ella, a pesar de que me lleva a orillas del Sena a gritar a todo pulmón tres meses después de conocerla, en un viaje improvisado a Paris dos días antes de su cumpleaños. Me siento a su lado mientras mi profesor de Reales dice algo sobre el artículo que no recuerdo del código civil, me pregunta si estoy de acuerdo y yo asiento. Me sonríe, sabe que no estaba atento pero que respondí de la manera que él quería, eso se llama suerte, la Maja me sonríe.
La clase en la que nos conocimos era de historia del arte, hoy tocaba estudiar los movimientos de Vanguardia del siglo XX, sin siquiera haber tocado el renacimiento o el arte clásico. La Maja me pregunta cómo es que se tanto de Warhol y saco de mi mochila un CD de Velvet Underground. Se ríe porque los CDs, aun en la intemporalidad de mi fantasía, son anacrónicos. Lo siento Maja, los Ipod no me gustan tanto como el cachivache que representa tener al disco en físico y ver su portada, su interior y el arte del mismo.
No recuerdo bien su voz. Debe ser porque cuando la quería imaginar, una custer de la 29 pasó por la avenida con más bulla que la de mi experimento mental. La Maja, cada vez que hablaba, era suprimida por ese sonido insoportable y yo debía subtitular lo que me decía para darle coherencia a la historia. Volvamos a Paris.
Es un día nublado y el color del cielo no es muy distinto al de Lima. Solía pensar que en Paris había más días soleados en el año, y que incluso cuando estaba nublado, las nubes eran pasajeras. O llovía demasiado pronto, y se despejaba en un instante. Nada más lejano de la realidad. Wikipedia y la guía turística que a punta de hojeadas recurrentes he deshojado, me dicen lo contrario. El cielo parisino es el alter ego del de una capital horrorosa en medio de Sudamérica. Y eso me recuerda que la Maja piensa venir algún día al Perú, quiere visitar Puno y a mis viejos y hermanos. Quiere comer ceviche y perderse en la espesura de la selva que circunda Macchu Picchu. Le digo que esas tierras ya nos son tan virginales e inexploradas como ella cree, pero no la culpo, yo creo lo mismo del Tíbet y por eso pienso peregrinar por el algún día. Comemos Quelquechose en el café de Flore donde según la Maja se reunían Camus y Sartre. Lo olvidaba, la Maja adora El mito de Sísifo tanto como yo La insoportable levedad del ser, pero Kundera nunca vivió en Paris así que debía reservar mi visita hasta el día en el que llegáramos a Praga.
Recuerdo muy poco de las clases de esos doce meses que pase en Madrid. De hecho, mientras construyo más ideas sobre mi estadía, olvido mas el rostro de la Maja, y un miedo inexplicable enfría mi cuerpo. Además de ello, una alerta de inmediatez nubla mis fantasías y recuerdo que mañana tendré un control de lectura de un tema laboral relacionado a la Revolución industrial. La Maja me mira divertida, me pregunta cómo es que puedo desdoblarme de esa manera, estudiando temas que no me interesan y abrazándola en el frio mientras conversamos de fotografía. Cuando le voy a responder algo pasa y me quedo dormido y cuando despierto no se mas de ella. Me ha dejado sin ningún remordimiento y no la culpo, no le pedí que me recordara. En el escritorio veo una nota y me abalanzo sobre ella. La misma dice “hijo, no te olvides de pagar la boleta de la universidad, creo que se vence mañana”.