sábado, 11 de febrero de 2012

Apuntes sobre propiedad

Los problemas del modelo de propiedad adoptado por el Perú no tienen que ver solo con conflictos concretos a los que se debe dar una solución inmediata. El conflicto concreto – cualquiera de ellos – esconde en realidad una profunda incoherencia estructural, una de aquellas solo asible a nivel teórico, mediante sucesivas generalizaciones y abstracciones. El problema, en ese sentido, aparece desentrañando la noción misma de propiedad como dispositivo de un lenguaje dominante, por excelencia liberal e individualista. Obviamente, hay buenas razones para suponer que detrás de toda la objetividad económica sobre la necesidad de protección de los derechos de propiedad, se esconden una serie de implícitos – llamémosles peticiones de principio – respecto de la naturaleza humana en sí misma.

Desde esta perspectiva artificial – que argumentaré, no es necesariamente negativa - se esencializa la naturaleza humana desde un complejo “yo” individual (lleno de inclinaciones, represiones, pulsiones, racionalidad, deseos, etc.) hacia un modelo sobre simplificado de individuo atomista (el modelo del actor racional de la microeconomía) que no solo quiere vivir sólo y ser el individuo de los mil derechos, sino que anhela ello más que a nada en el mundo, elevando a la libertad liberal al nivel de un “vale la pena morir por ello”. Entonces el discurso sobre los derechos, consecuencia lógica de una noción amplia de “propiedad” adquiere – no podría ser de otra forma – una impronta liberal-atomista.

Ahora bien, esta enunciación requiere dos tipos de razonamientos para comprenderla a cabalidad: por un lado, una perspectiva lingüístico-antropológica sobre la construcción de la noción de verdad en sociedades como la peruana (es decir, el problema de la verdad política como derivado de la verdad o, al fin de cuentas, epistemología objetivista); y por otro lado, un examen crítico de lo que la Economía ha dicho respecto de la propiedad y los derechos de exclusión.

Este no es un lugar para llegar a las últimas implicancias del debate en ambos frentes, pero un trabajo que intenta llegar al fondo de los conflictos por propiedad y concesión en el Perú, tiene que, mínimamente, plantear el debate en estos términos.
Una última advertencia tal vez pueda resultar de utilidad, aunque pueda ser objetada de excesivamente foucaultiana (poder en todo sitio, estructurando todas las relaciones sociales, situado a cada paso de la vida cotidiana): El presente trabajo discutirá algunos de los más importantes trabajos de psicología conductual en economía, e incluso trabajos de carácter cuantitativo sobre los efectos de los derechos de exclusión en sociedades determinadas. Pero lo que se dirá al fin de cuentas, puede sonar a una especie de herramienta salvadora para una eventual evidencia desfavorable, y parte de una simple verdad: ¿Cuánta de la realidad de un fenómeno no está ya predeterminada por la estructura lingüística del debate, por los términos mismos en los que se discute? Esta pregunta encierra una complejidad difícilmente agotable en el estudio de un caso concreto pero dejamos claro que sigue la línea de argumentación del estructuralismo y posestructuralismo. Si el lenguaje predetermina las palabras y el espacio del debate sobre las titularidades, la propiedad, el discurso mismo de los derechos; ¿cómo podemos razonablemente esperar que la evidencia juegue a nuestro favor cuando analicemos los efectos nocivos de los derechos de propiedad? Si el discurso está articulado desde una perspectiva atomista-individualista resulta poco probable que lleguemos a entender nociones alternativas de propiedad más allá de con el calificativo de primitivas o irracionales (en el sentido de no pertenecientes a la racionalidad de nuestra propia estructura de lenguaje).

Si esta suposición es cierta no tendríamos una forma más precisa de comprender la frustración cultural de los grupos subalternos que con la lectura psicoanalítica del deseo (en especial la relectura lacaniana del mismo). Es decir, como la imposibilidad de articular un discurso lingüístico sobre un tema, porque precisamente no existen formas lingüísticas de hacerlo, el lenguaje que encorseta al sujeto, que solo es capaz de expresarse en los términos del gran Otro, y que al hacerlo deja una parte de su discurso silenciada, incapaz de expresarse porque no existe forma de decirlo.

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